Cuántas veces me hago la misma pregunta: ¿Podrá una
persona que trabaje fuera de casa leer y
dormir un rato en algún momento del día
en un edificio multifamiliar?
Hago una
salvedad: No le cojan miedo a los edificios por lo que voy a exponer, porque otros
compañeros de trabajo que no viven precisamente en estas viviendas, también les
sucede parecido.
Lunes:
Música alta en el apartamento del tercer piso. La del segundo, machaca algo en
la cocina. EL vendedor de pan lo pregona a toda voz, las tres veces al día en
que hacen el alimento...
Martes: Al
vecino del segundo piso se le rompió el bastidor de la cama y tiene que
arreglarlo clavándole bien las tablas. En el parqueo del frente no cesa la
entrada y salida de carros y motos que
no tienen silenciador en los tubos de escape...
Miércoles:
Los vecinos de al lado se mudaron hace poco y cualquier día de la semana lo
dedican a “poner al día” la casa: Corren escaparates y camas de aquí para allá,
eufóricos buscan posibles soluciones al diseño del nuevo inmueble, y como la
mayoría del núcleo son hombres, hablan tan enérgicos, que parece que están dentro de mi casa...
Jueves: Es
el cumpleaños de cualquier miembro de la familia de los del cuarto piso y la
música tiene que empezar temprano. Un
equivocado toca a la puerta, preguntando por el botánico que vive en el otro
paso de escaleras...
Viernes: Los
vecinos del fondo no tienen forma para arreglar sus problemas de convivencia y
el cuento de nunca acabar parece que
comienza por largo rato. El niño mediano de la casa pide algo a cada rato y hay
que buscárselo en cuanto antes.
Sábado: El
mejor día para lavar en casi todas las casas, sentirse alegres con la música y
aprovechar para mover cualquier cosa en el hogar. El pastor alemán de la casa
del fondo está en su pleno fogueo onomatopéyico...
Domingo: Se
martilla, rompe paredes, los muchachos corretean y gritan al pie de la ventana del cuarto…
En fin. No
existe respuesta para esto.
Ah, algo que
faltó: En la casa vive un niño de dos años en edad de perretas y tenemos
teléfono.