Después de experimentar lo que significa ser madre es que
valoro en su máxima amplitud la condición que Dios nos da de procrear.
Ahora sé por qué mi mamá le
gustaba el ala del pollo, el jarro más pequeño, le repugnaba la malta, no quería los
dulces que traía mi padre, escogía las telas menos lindas, y por qué los cumpleaños
eran solo para mi hermano y para mí.
Ahora entiendo por qué papá
tenía mucho más tiempo para nosotros que ella, por qué lucía tan extremadamente
"en línea", por qué pensaba tanto y dormía poco; por qué quería ser tan sencilla
y estar desprovista de cualquier atuendo que a mí me quedara mejor.
Ahora conozco por qué las madres
son tan suaves y tan fuertes, tan pasivas e inconformes; tan persuasivas y
previsoras, tan de nosotros.
Ahora que soy mamá, el yo va
quedando cada vez más lejos en la ruta de la vida y el ego se duele porque ya
no se edulcora.
Muchos decimos que las madres son las mejores del mundo, porque cada una es un mundo
diferente y cada mundo necesita gente que le de su valor y lugar en el
Universo.
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