Muchos
hombres y mujeres del mundo han tenido un sentido cosmopolita de la vida, pues
aprecian al mundo como un gran y solo país.
En la Literatura, de igual manera
se han proyectado numerosos escritores, especialmente después de la segunda
guerra mundial, cuando diferentes escuelas del cosmopolitismo sucedieron al
criollismo.
Pero la esencia
de este comentario no es estudiar la obra de autores como el argentino Jorge
Luis Borges, los mexicanos Juan Rulfo y Juan José Arreola, el venezolano Arturo
Uslar Pietri, o el cubano Ramón Ferreira, por solo citar algunos, sino
acercarme un poco más a la realidad de hoy.
En relación
con el tema, una amiga de la infancia que vive en España, me instó a escribir
sobre el asunto, a propósito de que leyera el pasado año, una crónica que redacté
sobre el municipio matancero de Colón, y con la que abrí un Blog titulado ¡Que así sea!
Me decía que
dejara claro en el material que todos los cubanos que deciden irse del país no
son contrarrevolucionarios, ni reniegan de sus raíces. Y su sentir no es único,
tengo otras amistades que desde diferentes países, entre ellos, los Estados
Unidos, usan las redes sociales como Facebook y Twitter, para destacar valores
positivos sobre Cuba, aun estando lejos de su tierra.
Razones
económicas, de unión matrimonial, reunificación u otras de carácter muy personales, han movido
a miles de cubanos a emigrar a diferentes
tierras.
Aunque era
una adolescente, cuando tuvo lugar el éxodo de muchos cubanos desde el Mariel
hacia los Estados Unidos (entre el 15 de abril y el 31 de octubre de 1980), nunca
entendí la respuesta de muchos de los
que se quedaban.
Desde mi
inexperto conocimiento sobre temas políticos, yo veía grosero, por ejemplo, que
tiraran cartones de huevos a las puertas de algunas casas de familias, donde
sus integrantes habían tenido hasta esos
momentos un correcto comportamiento,
o que los avergonzaran, blasfemándoles con palabras “sucias”.
Sin embargo,
al cabo del tiempo vi desertar en silencio y sin escándalos a muchos que
tiraron huevos cuando lo del Mariel. Claro, era otra época, después nos acostumbramos
a ver el asunto de manera más “civilizada”.
Cuando mi
amiga me recomendaba escribir sobre el tema, vi claro, la nostalgia por su
pueblo natal, -el mismo que el mío-, la remembranza por las personas amadas que
dejó, el deseo de seguir defendiendo a su país en Facebook, a través de fotos y
mensajes…
Por ello, al
cabo de tanto tiempo, mi amiga no se debe avergonzar ante el mundo porque se
haya ido a vivir a otro país; en ello,
en parte, radica la libertad que tiene todo ser humano de escoger su camino,
igual así como la de quienes nos quedamos porque queremos.