Una publicación para describir e informar

martes, 23 de octubre de 2012

Majúa



Hay personas conocidas de la infancia que no sé por qué razón nunca se olvidan. Después de tanto tiempo una piensa que fueron insignificantes pero si hurgamos bien, nos damos cuenta que tuvieron  alguna importancia en el desarrollo de esa etapa tan especial.
Como una película quedan escenas en la mente relacionadas con ellas. Y Majúa fue uno de esos seres que marcó huellas, estoy segura, en más de un niño y una niña de mi barrio.
Cuando tenía nueve o diez años, -mi hermano cuatro menos que yo-  compartimos como vecino  a un negrito viejo, que muchos decían tenía “problemas”, pero era la persona más bondadosa y trabajadora que nunca había conocido. Era el mismísimo Majúa.
Laboraba en la cocina del Hospital Dr. Mario Muñoz Monroy de Colón, en Matanzas. La gente decía que allí hacía de todo, desde limpiar hasta preparar viandas y pelar pollos…Cualquier actividad, porque no podía estar sin hacer nada.
Vivía solo. En un cuarto amplio se veían de frente la camita personal en que dormía y la mesa con el fogón, tenía el baño afuera. Cocinaba con luz brillante, por lo que casi siempre había olor a combustible en el lugar. Estiraba bien la sábana del camastro y a veces le pasaba un paño con petróleo al bastidor para que se murieran las chinchas. Todo lo tenía organizado, pero sin exquisiteces.
Mi hermano y yo íbamos casi siempre a verlo cuando venía del trabajo, porque, aunque teníamos en nuestra casa siempre alguna merienda, le pedíamos pan, queques, mermelada o lo que trajera del hospital. Otras veces él era quien nos llamaba cuando todavía a las cinco de la tarde no habíamos ido por allá.
A mi mamá no le parecía mal que nos lleváramos bien con él, solo que peleaba mucho cuando Majúa hacía coditos, porque decía que comíamos sancocho. Se trataba de un poco de la pasta con sofrito crudo, tirado por arriba en un plato  bien manchado. A nosotros nos encantaba. Dejábamos los espaguetis con  salsa cocinada y queso de mi madre, por los coditos del viejo.
Pero no sólo con nosotros él tenía distinción, a cualquier muchacho que llegara en ese momento también le daba de comer. Cocinaba siempre bastante y lo que sobraba se lo tiraba a los pollos del patio de al lado.
Siempre estaba contento y cantaba enredado pues no tenía dientes. Los muchachos decían que estaba loco porque hablaba con él mismo. A cualquiera que lo necesitaba él lo ayudaba: A llevar una jaba, bajar algo pesado, barría los patios de los alrededores…
Yo creía entonces que Majúa nunca se iba a morir. Se convirtió en un personaje tan importante para niños como mi hermano y yo que pensaba que siempre iba a estar ahí, en su “cuarto” como mansión y pasando por frente de mi casa cantando o hablando solo.
Un día cuando ya estuve casada y con una niña, a más de veinticinco años de  saborear tanto los coditos con sofrito crudo de Majúa, conocí que había muerto. Entonces comprendí cuán importante son para los niños personas como él. Sus cualidades no las percibía en aquellos momentos, pero tal parece que calaron subliminalmente.
Hoy mi hermano es un eterno ayudador de sus amigos y yo brindo lo que tenga al que llegue a mi casa a la hora de comer. Y a mis hijos me gusta hacerle de vez en cuando coditos con sofrito crudo echado por arriba.

viernes, 5 de octubre de 2012

LA INDIA, UNA COCHERA DE ANJÁ

 

  Migdalia Fonseca, más conocida por la India, es una de esas pintorescas mujeres de Cuba que realiza cualquier tarea con amor. Ella se ha dedicado a conducir un coche tirado por caballo. Todas las mañanas ejecuta su labor de manera apasionada, porque: "Me gusta cochear".

Es una de las féminas tuneras que realiza un oficio poco común. Sin embargo, lleva bien las tareas del hogar, pues tiene esposo y dos hijos y le da tiempo para cumplir con la faena de la panadería El Sendero, donde distribuye bien temprano el pan que allí se elabora hacia las unidades de bodegas cercanas al combinado alimentario.

"Es un trabajo igual que otro. El día que no salgo en el coche me siento mal. Ser cochera no me resta en mi aspecto femenino, porque yo me arreglo bien y no descuido ningún detalle de mujer. Aun así, yo atiendo la comida, la higiene y la salud del caballo, pues es el sustento de mi economía en la casa.

"¿Que si me miran diferente por ser cochera? ¡Qué va! Al contrario, la gente me saluda contenta, me tiene cariño y yo me siento orgullosa de eso".