Acabo de concluir el último
paso formal de un curso de maestría en Ciencias de la Comunicación: la defensa
del informe investigativo. El escalón lo
traté de resolver desde una mirada comunicativa y axiológica, pero terminé
rendida a los imperativos del lenguaje científico. Fue algo así como una suerte
de duelo entre el Periodismo de terreno vs
Academia.
Traté de transmitir la
esencia del asunto relacionado con que los periodistas de Tunasvisión realicen
más crónicas y testimonios…La idea la entendieron; sin embargo, quedé con el
desconsuelo -amén de otras condicionales
que pudieron encontrar-, de percibir cierta insatisfacción por parte de algún
que otro (a) al no defenderme
estrictamente con los términos de los cuales ellos son paradigmas.
Para mi resultó una paradoja
hablar por veinte minutos un discurso aprendido, cuando en esencia defendía la
condición de un lenguaje, no por sencillo y coloquial, poético y armonioso.
Mientras, con una segunda
mirada observaba a un tribunal, en su generalidad, expectante y polémico; con el
primer vistazo, apercibía a ciertos
amigos y amigas transmitiéndome con sutiles pensamientos: _Esto es así, pero sé
tú. O en la última fila del auditorio disfrutar a mi familia con el semblante
de ser testigo de una página inédita en
su vida. Esa, mi gente, era mi crónica, surgió allí con la intensidad de las
aguas arremolinadas y la sutilidad -a decir de Reinaldo Cedeño- de la luz tenue
de candil. Era la misma crónica que defendí en un discurso
científico “a medias”.
En un abrir y cerrar de ojos
terminó todo. Muchas citas preparadas y hasta alguna que otra anécdota quedó
por decir fuera de los veinte minutos, pero no hizo falta. Después del
protocolo, cada uno que formó parte del tribunal llegaría a casa con el deber cumplido;
yo, en cambio con una historia más que contar, y un grupo de público que
aplaudió sin haberlo escuchado.
Una vez en mi hogar y
despojada de términos y frases de cumplimiento pude abrazar y decirles con
libertad a los míos: ¡Contra, qué bueno fue verlos allá atrás en el salón, como
barrera guardián de mi esfuerzo y mi palabra!