Una publicación para describir e informar

martes, 17 de noviembre de 2015

Tesoros guardados



Un vistazo añejo a mis imágenes de estudiante me hace acordar muchas cosas buenas. Cuando una es alumna cuenta con profesores y profesoras que recuerda más que a otros.
Es extraño ver un maestro de primer grado; sin embargo, yo lo tuve. Fue excepcional, no solo porque me enseñó a leer y a escribir, sino porque cada mañana, se hacía el que no veía cuando me insertaba en el aula escurridiza y tardíamente.
Luego, al cabo de mucho rato, él me tomaba de la mano y me sentaba al frente del aula a “dar clases con él” y de paso, agachaba disimuladamente la cabeza y me preguntaba -en perfecta complicidad- por qué había llegado después que todo el mundo. Yo le decía bajito que a mi mamá le había cogido tarde para ir a buscar la leche.
Al cabo de los años, me di cuenta que de las veces que le dije lo mismo, no me llegó a creer ninguna, pero lo disimulaba tanto que yo pensaba que juzgaba bien mis argumentos. Aspecto que seguramente, no le importaba mucho, si lo comparaba con la gratitud de escucharme, cuando le recitaba de carretillas, un montón de capitales de países, enseñadas por mi papá.
Ese mismo maestro nos dejaba salir en el receso al aula de pre escolar para ver el ensayo de la banda a la que ya no pertenecíamos y conocía al detalle cómo se llamaban los padres y las madres de todos los alumnos, a quién le gustaba o no los mantecados de la merienda,  o quién había ido al cine o al nuevo Coppelia durante el fin de semana.
Pedro, así se llamaba mi maestro de primer grado. Uno de mis tesoros. No creo que  hubiera sido la única alumna que lo quería. Muchos lo recibían y despedían de las clases con un abrazo en las rodillas, porque era alto y delgado. Un poco después, cuando sus alumnos cursábamos el sexto grado, la noticia de su desaparición física, por un accidente, nos dejaba sin resuellos.
Sin embargo, quienes tuvimos el privilegio de ser sus alumnos, nos  recordamos más de cómo nos educó, que de las reglas que tuvo en su didáctica. Aunque a decir verdad, las palabras mamá y papá tienen algo todavía de Pedro Moya.

lunes, 16 de noviembre de 2015

"Hermoso pepino"



Un pepino de tres libras y medias (3 ½), con un largo de  38 centímetros  y una circunferencia  de 25, fue cosechado en las tierras de Miguel Hidalgo, pequeño agricultor de la comunidad de Bracito, en el municipio tunero de Jobabo.
No clasifica entre los inmensos del mundo, pero sí es uno de los más grandes que se han recogido por estos lares. Su tamaño alcanza para sazonar la mesa de una familia de ocho a diez personas. Suficiente para una comida, ¿verdad?

domingo, 1 de noviembre de 2015

Más allá de un oficio



Cola y martillo en mano,  y en unos segundos ya queda listo el marco de ventana estilo valenciana. Yaquelín López Hierrezuelo, desde hace quince años ha encontrado, lo que a su modo de ver, ocupa la mayor parte de su vida.
Se auto titula como la única carpintera ebanista de Cuba. Lo cierto es que las facturas de sus piezas hablan por sí solas. Con una infraestructura creada, el trabajo que lleva a cabo por cuenta propia se perfila cada vez más:
“Para mí no hay nada difícil. No tengo preferencia por nada, porque me gusta hacer cualquier cosa: ventanas, puertas, sillones, escaparates, lo que me pidan” –Así de esa manera tan segura se expresa López Hierrezuelo, quien matiza  el chorro de aserrín que sale de la sierra hacia su rostro con una ligera sonrisa.
“Tengo el taller con todo lo necesario, dos jóvenes que ayudan y deseos tremendos de  trabajar. En ocasiones me siento mejor de la puerta para acá, que para allá, porque me gusta lo que hago...Pienso estar aquí siempre” –deja claro la intrépida carpintera.
Y continúa diciendo: “Soy exigente en el trabajo. Me gusta que todo salga bien, lo mejor posible. Hay clientes que me traen una propuesta y en ocasiones, yo los convenzo con argumentos que  han dado la experiencia, entonces ellos me dicen: bueno hazlo como tú creas.
“Luego vienen a buscar la pieza y estoy intranquila, porque no sé qué irán a decir, pero cuando  veo la sonrisa en su rostro, ¡qué satisfacción! –concluye la desenfadada tallista.
Tuneras como estas son las que no me canso de decir que son ¡De anjá!