¿Qué
ciudad no siente orgullo de sus parques? ¿Qué pueblo o asentamiento, si no
cuenta con uno de ellos, se los inventa, los improvisa y les da un uso
constante? Los parques son sitios para
la eternidad. Se puede romper un banco, morir un árbol, o cualquier imprevisto,
pero ellos siempre permanecen ahí, debiéndole una jornada a cada día, una razón
al equilibrio.
Un parque permite que hables solo, planees
proyectos, despojes la timidez, canceles lo introvertido. Es la única propiedad que es de
todos a cualquier hora, puedes cazar un banco y hacértelo tuyo, lograr ponerle
el nombre de tu mejor momento. En él todos consiguen ser iguales y
diferentes, lindos y feos, trabajadores y vagos, soñadores y pesimistas.
Los
parques se parecen a sus habitantes, tienen un poco de cada una de las personas
que se sirven de ellos, son referencia para las ciudades, allí se juntan palomas
y admiradores en perfecto duelo con el estrés.
En los
parques se suspira ante una cita, se descansa de una intensa caminata, se encauzan
los buenos pensamientos o se cancelan proyectos. Se mira el mundo desde afuera.
Son así de inexplicables... Que no te sorprenda cuando en uno de sus bancos llore
sobre tu hombro, te regale un beso furtivo o una sonrisa inesperada.