Rita no se rinde. Es una
tunera llena de sueños y que por años ha
cruzado obstáculos heredados principalmente por sus padres, en el afán de
protegerla con gran cuidado. Pero ella, al cabo, se da cuenta que pudo haber
sido ingeniera, abogada o informática.
“Me quedé sin hijos porque
fui cobarde. El consejo que le doy a los jóvenes es que se abran paso, que sean
alguien en la vida, que aprendan… -Así expresa Rita Núñez Pérez y continúa-: Por
tener problemas en la visión me limitaban de todo, pensando que en un futuro
quedaría ciega, pero ya tengo 49 años y no ha sucedido eso”.
Es una de los cientos de
miembros de la Asociación Nacional de Ciegos (ANCI) en la oriental provincia de
Las Tunas, y como tal siente todavía insatisfacciones por no haber sido
independiente desde su niñez y porque cree que su organización y otras que
agrupan a distintos discapacitados, pueden ayudar más a sus afiliados en ese
sentido.
Gracias a la ayuda de su
compañero, comparten una casa en la urbe tunera: “Yo hago de todo en el hogar,
pero me gusta salir con mi esposo, porque cuando intento ir sola a las tiendas,
tengo que preguntar por los precios, y en muchas ocasiones las tenderas me
dicen que si no veo bien, y eso me hace sentir mal, porque lo considero como un
maltrato…” -Afirma Núñez Pérez, pero le reconforta que: “Todavía veo de un ojo,
no me he quedado ciega”.
Puede parecer una paradoja
que Rita sea una suerte de pétalo frágil y fuerte que se abre paso cada día a las
subjetividades del hombre. Le disgusta la sobreprotección, y aún así, mantiene día
a día un pacto visible con la perseverancia.