Para Rosa Julia Peña (Chicha),
la ancianidad ha venido a ser un remanso en el cual cosecha lo que un día
sembró. El cuidado de su familia ha sido importante a la hora de mantener una
calidad de vida que sobrepasa la media a
nivel mundial.
Ella coopera con algunas labores de la casa y después, siempre hay
tiempo para preocuparse por sus delicadezas femeninas. Los buenos modales nunca pueden ser olvidados:
“Mis hijos y mis nietos me compran de todo y no me falta el perfume, las
cremas, el polvo para la cara…Uso mis zapatos cerrados y de tacón corto, y
mantengo mis cejas arregladas”, enfatiza Chicha.
Pero ¡ver a Chicha en plena
faena de trabajo! Ella barre, friega, riega las Diez del día y un helecho que
adorna el traspatio, como si fuera un juguete guardado en un lugar privilegiado
y que nadie puede tocar.
Rosa Julia ama a su familia,
lo descubro cuando, haciendo ademanes, sonríe y respira con placer. Dos hijos,
varios nietos y bisnietos conforman el círculo de sus allegados. Siempre tiene
un tiempo para recordar también a quienes no están.
Ahora queda el recuerdo
compartido. Una juventud en la que combinó el trabajo, la atención a sus hijos
y el esparcimiento, pues la inclinación por el baile todavía la practica en una buena
ocasión para celebrar su merecido
onomástico:
“Cumplo 103, 103 años”, -ratifica
con satisfacción.
Aunque cariñosamente la
llaman Chicha, su nombre es Rosa, una
rosa autóctona del oriente de Cuba, a quien no es difícil admirar.