Puede que el que se llegue por el municipio matancero de Colón, pase por él sin penas ni gloria. Pero el quid está en mirarlo desde adentro. Es cierto que es otro más. Uno de esos tantos pueblos del interior en el que la gente se despierta una hora antes de ir al trabajo, y se acuesta después que ve la novela. En el que cada familia se conoce y sabe dónde trabaja y los que llevan la moda "alante" se sientan en los bancos improvisados de la esquina "La Tijera".
Sin embargo,
no bastan esas justificaciones para tratar de convencer al que llega por
primera vez, de lo natural que puede ser
visitar un pueblo aparentemente repetido. A Colón hay que buscarlo en el ir y
venir de la gente, en las andanzas de las personas hacia los centros de labor,y
en las encomiendas de los mercados para comprar la ensalada y frutas del día.
Colón se
puede encontrar en los viejos que hacen los asientos todos los días en el
Parque de la Iglesia...En las calles rectas y sencillas de su perfecta llanura
interminable, en los pocos techos de tejas criollas y francesas que persisten,
pero que marcan diferencia con la mayoría, hechos de rígidas placas
convencionales.
Todo está en
la manera que busque el detalle irrepetido, en el deseo de muchos por
permanecer allí, donde todo es igual a todo y nada es igual a nada; mas, sus
habitantes se saben coherederos de costumbres, tradiciones y memorias, que solo
se pueden percibir en pueblos como esos. De ahí su grandeza.
Es un municipio básicamente azucarero y entre los catorce con que cuenta la
provincia de Matanzas, uno de los de mayor importancia económica y
sociocultural. Sin embargo, para quienes son naturales y no viven el terruño,
esas características resultan limitadas. La añoranza por su olor; el excéntrico
polvo rojizo pegado en los andenes; el saludar de la
gente, la indiferencia de las fachadas de las casas, puede inquietar en
cualquier momento a vivirlo nuevamente.
Por eso, el
que tiene la pena de haber perdido algún ser querido en ese lugar y la gloria de
haber nacido allí, tiene argumentos suficientes para poder mirarlo de adentro
hacia fuera y que no llegue nunca a ser, un pueblo más.