Allá en los cerros del municipio tunero de Manatí, en una
casita de tablas bien dispuestas unas con otras, pintado de rosada y rodeada de una exuberante floresta hacen
vida de matrimonio Martha y Santiago.
Ella es una esposa colaboradora, complaciente y fiel. Él, un
graduado como técnico en Veterinaria, pero ejerce cualquier oficio menos el del
alcanzado con el título.
El tiempo para Santiago es más que un tesoro. Por saber realizar
tantos oficios, el día a veces le parece corto:
“Después que tuve el accidente, en el cual el tren me dejó
privado de las dos piernas me he tenido que crecer. Aunque soy de descendencia
campesina, ahora más que nunca me aferro a la tierra. Atiendo a la estancia que
produce plátano, yuca, naranja, y algunas hortalizas… tengo crianza de varias
aves, cerdo y a todo le saco provecho para mi familia y un poco más”.
Así con tanta confianza en sí mismo habla Santiago Laguna, un
miembro de la Asociación Cubana de Limitados Físicos y Motores (ACLIFIM) de Las
Tunas, que ha tenido que darle otro rumbo a su vida después que se accidentó y quedó
doblemente mutilado de las piernas.
“¿Qué voy a hacer? Tengo que seguir viviendo y ahora hago más
cosas que antes. A todo me enfrento sin miedo. También atiendo unas colmenas y
de ellas no sólo saco miel, de la cera fabrico velas y las vendo, tienen mucha
salida”.
Su mitad la completa Martha, quien mira lo esencial. Lo que
ven pocas personas en el corazón de Santiago:
“Estamos juntos desde 1996. Mi familia me criticó duramente
por empezar mi relación con él, pero no me importó. Lo ayudo en lo que sea. Él
lo hace todo pero siempre le alcanzo algún objeto que necesite, lo acompaño en
las tareas. Esté como esté de salud lo sigo porque sé que le hago falta. Todo lo
compartimos entre los dos, pues vivimos solos”.
Martha confiesa que ella es los pies que le faltan a
Santiago. Él asegura que solo Dios los separará. Ambos son un canto a la
voluntad y la dignidad.