Volver
a las raíces siempre es bueno. Un Acercamiento a la tierra natal después de
años sin verla es gratificante. Así, solo un recorrido por las calles de Colón
bastó para recordar.
Es
increíble saber cómo los olores, colores y hasta los sonidos pueden remitir a
épocas y circunstancias. Recordé entonces parte de mi infancia. Varios pasajes
llegaron a mi mente. Sin embargo, me detuve en uno: en el respeto que se ponía
de manifiesto a cada instante.
Contrario
a lo que venía apreciando en el ómnibus que viajaba, me acordaba de la relación
padre e hijo, la cual era bien diferente a la de hoy. Solo con el ejemplo, mis progenitores
me enseñaron que la prudencia, el respeto, la solidaridad y la preocupación y
ayuda por los demás eran intrínsecos de personas con sentido común, aun cuando
no mediara educación cristiana.
Era
entonces tan fácil disculparse, pedir permiso, agradecer, no inmiscuirse en el
diálogo de los adultos, conversar largos ratos con los padres. No era una
generación perfecta, pero daba mucha importancia a las relaciones
interpersonales, a la educación cívica, al respeto hacia los demás.
Siempre
había un espacio para el consejo, enseñar las buenas costumbres, y al mismo
tiempo, mostrar la distancia entre padre e hijo, cosa que no vi en la relación
de un jovencito con la abuela, en el ómnibus donde viajaba hacia mis raíces.
Al respecto, el Apóstol de la Patria
recalcaba:
“El pueblo más feliz es aquel que tenga mejor educados a
sus hijos, en la instrucción del pensamiento, y en la dirección de los
sentimientos. Un pueblo instruido ama el trabajo y sabe sacar provecho de él.
Un pueblo virtuoso vivirá más feliz y más rico que otro lleno de vicios, y se
defenderá mejor de todo ataque.” (José Martí.
Educación popular, O.C.T. 19, p. 375.)
No se
equivocaba Martí al subrayar que El pueblo más feliz es aquel que tenga
mejor educados a sus hijos (…) Y claro que la Educación en nuestro país, va
más allá de enseñar Español y Matemáticas; sin embargo, el resultado del
conocimiento de los alumnos parece ser muy angosto.
Es
usual ver a niños y jóvenes detrás de
productos comunicativos banales, ven y escuchan audiovisuales donde prima la
violencia y lo grosero y muchas horas al día se las pasan ajenos al cariño
filial, pues una buena parte padece de “phubbing”, que limita el
momento de entablar una conversación familiar o amistosa.
¿Demasiado
apuro en las tareas del día? ¿El uso y abuso de las nuevas tecnologías que
separan a las personas? Quizás de todo un poco. Lo cierto es que las actuales
relaciones interpersonales exigen una mirada más aguda, en el camino hacia el
respeto y el rescate de valores como la sencillez, la honestidad, y la
laboriosidad, por solo citar algunos de ellos.
El
desarrollo no se puede truncar ni vivir ajenos a él, pero de lo antiguo,
escoger lo mejor, nos ayudará a sortear mejor la necesidad de no permanecer de
espaldas a esta modernidad que impone la dialéctica.