La niña que conocí
-esperando en una cola- me hizo reflexionar sobre estas líneas que deben
apelar, más que al didactismo, a la alerta; aun cuando como periodista solo
estoy en desventaja e indefensa ante la arremetida de tecnología que cada vez enajena al ser
humano.
La pequeña que me inspiró
apenas tenía dos años y ya comandaba una tablet que parecía una pantalla de televisor,
-comparándola con su delgada y sencilla figura. Ella verdaderamente parecía
feliz, operaba juegos que a todas luces
juzgaban de acuerdo con su edad y un poco más, pero instructivos y agradables.
Ante mi admiración pregunté
a la madre la edad de la bebita y aproveché para conocer más acerca de la
tecnología y los infantes de dos años. Quedé perpleja al ver la señora
preguntándole algo a la niña y ella continuaba con su trabajo en la pantalla
sin devolverle la más mínima respuesta ni ninguna señal al respecto.
Pero mi asombro cobró más
fuerzas cuando la mamá dijo que la hija instala los juegos, los elimina cuando
no los quiere y que llora durante el tiempo de carga del equipo.
Yo asentí, pero dejé escapar
un gesto de admiración y compasión al
mismo tiempo. Estaba sin dudas frente a
una posible científica de mi país, pero también
de cara a una naciente esclava de la tecnología.
Si hoy podemos contar con
insospechados recursos tecnológicos, ¿qué vendrá cuando la princesa de la
tablet tenga edad para concluir la Universidad? Ella y quién sabe si su madre,
no conocen que todavía los diccionarios no explican algunas frases y términos
propios de los últimos adelantos de la Informática.
En un plano menos ingenuo,
la tecnología cobra cuenta a otros confiados. Yo no sé si mi pueblo tiene las
más altas estadísticas, pero ni decir el número de personas que se han visto traicionadas por el uso de
celulares, tablets y audífonos.
Hace poco la ciudad amaneció
con la noticia de que un tren había
irrumpido contra una muchacha de veintiocho años, mientras usaba audífonos y
maniobraba un celular muy cerca de los rieles. Cuentan que le gritaban
alertándola del peligro, pero ella, ensimismada…no escuchó más.
La tecnología te hace ver el
ser más actualizado y a su vez más traicionado. Cada vez queda lejísimo el
jugar a la rueda rueda, contarle secretos a la madre, que el padre lea cuentos
a los niños para dormir, tener entre manos la última novedad de libros o
revistas, o narrar la historia del día, juntos a la mesa.
La humanidad avanza a ritmo
acelerado. No escapa a los últimos adelantos de la ciencia, pero yo, cada vez
más, quisiera ir contracorriente.