Una publicación para describir e informar

sábado, 14 de abril de 2018

La gruera de ACINOX


Nirsa Pérez Carbonell no es una mujer común. Desde hace años opera una grúa en la Empresa de Aceros Inoxidables (ACINOX Las Tunas) con resultados destacados y sabe que de sus manos depende la vida de sus compañeros, dieciséis metros abajo.
Seis meses bastaron para prepararse como gruera en Antillana de Acero en la capital del país, hace veintinueve años, cuando su único hijo tenía apenas un año de vida y el matrimonio recién comenzaba: “Mi esposo entiende mi trabajo, y más, me ayuda en todo en la casa”, -comentó segura la arriesgada trabajadora del sector metalúrgico.
“Es un orgullo tener a Nirsa trabajando con nosotros”, dijo más de un  compañero del área de productos terminados del Laminador IV de ACINOX. La concentración y el autocontrol son indispensables para lograr una jornada productiva con calidad.
“Un día sí pasé un mal momento, -apuntó Pérez Carbonell- vi que la grúa  de pronto tomó una gran velocidad porque  hubo un problema eléctrico y avisé a mis compañeros abajo en el área de flejes y resolvieron el problema, pero antes, tuve  que tirar la carga por un lado de la pared de zinc para evitar accidente”.     
Mujeres como Nirsa no conocen el temor: “No tengo miedo, yo no sé que cosa es miedo”, -afirma con certeza una de las pocas mujeres que desafía el peligro todos los días en ACINOX.
“Mujer de acero”, “Desafiando el peligro”, “Desafiando la altura”… Todos estos titulares sugirieron sus propios compañeros, cuando pregunté qué título seleccionar para este trabajo periodístico. Los mismos obreros del lugar respetan la estatura de Nirsa y hasta algunos afirman que ellos no tienen nada que ver con las grúas.
Tenacidad, prestigio, seguridad, mana Nirsa, elevada en la grúa que traslada toneladas de acero al carbono, día a día. Las mueve  hacia países donde los receptores nunca sabrán las manos que transportan esos mazos de hierro tan pesados.     

martes, 3 de abril de 2018

José Martí y La Edad de Oro


El fenómeno de la aceptación de la figura de José Martí en los niños va más allá de complicadas conclusiones.
Y es que el héroe transmitía valores dignos de resaltar y exhortó a que se cumpliesen, porque tenían que ver con el decoro y la capacidad del ser humano de poder ser mejor.
Pero los pequeños aprecian en José Martí no solamente al héroe, porque muchos otros llenan las páginas de valentía de nuestra historia, sino el ser sensible, el que hablaba  palabras hermosas y llenas de sabiduría, capaces de ser anidadas en corazones como los de los niños y que se pueden disfrutar  en las lecturas de La Edad de Oro:
..."¡Así, así, bien arropadita! ¡a ver, mi beso, antes de dormirte! ¡ahora, la lámpara baja! ¡y a dormir, abrazadas las dos!"
Y entonces viene lo que todos conocen, el valor del amor y la piedad: "¡te quiero, porque no te quieren!". Así concluye la Muñeca Negra.
O: "¿Nené, tú no sabes que para pagar ese libro voy a tener que trabajar un año? (...) ¡"Mi papá`, dijo Nené, mi papá de mi corazón!
¡Enojé a mi papá bueno! ¡Soy mala niña! ¡Ya no voy a poder ir  cuando me muera a la estrella azul!".
Valores  como la laboriosidad, el arrepentimiento y el perdón, ponen sello contundente a Nené traviesa.
O también: "-¿Qué quiere el leñador? -dijo el camarón, saliendo del agua poco a poco.
-Nada para mi: ¿qué más podría yo querer? Pero mi mujer no está contenta y me tiene en tortura (...)
-¿Y qué quiere la señora, que ya no va a parar de querer?
-Pues una casa, ...un castillito, un castillo".
De esa manera, Martí fustigó la avaricia  cuando recreó el cuento de magia del escritor francés  Laboulaye  El camarón encantado.
Pero, más allá de estimar al hombre que procuró la independencia de Cuba fuera de cualquier garra foránea e hizo todo cuanto pudo para lograrla, José Martí tuvo un don especial para acercarse a los niños. En su Ismaelillo y en María Mantilla volcó un manantial de consejos, exhortaciones y arrullos que bien pueden ser herencia y patrimonio de cualquier niño en el mundo, pero los cubanos aprecian mucho más su grandeza, porque no caducan, son cada vez más propensos a ponerlos en práctica en estos tiempos de entretenimiento y  sequedad en los valores.
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