Una publicación para describir e informar

miércoles, 9 de diciembre de 2015

El más pequeño jugador de dominó



Kevin Javier  Merino Puig es un niño de cinco años que estudia el grado pre escolar en la Escuela Tony Alomá, de Las Tunas. Allí dibuja, conoce los colores, los principales sonidos, cuenta hasta más allá del diez y en los juegos de roles, lo mismo es doctor que vendedor de frutas.
Así más o menos, trascurre la vida del pequeño en su centro escolar. En casa, el uso de las nuevas tecnologías lo comparte con algunos juegos tradicionales, que por mucho ejercitarse en la población, parecen nacidos en Cuba. Me refiero a los dados o corotos y el dominó.
A todos en casa les pareció extraño el día en que pidió le comprasen un juego de dominó. Muchos pensaron que iría a parar en pocas horas a la caja de juguetes rotos o rechazados. Pero la sorpresa dejó atónitos a muchos. Desde entonces, guarda las fichas con recelo y acompaña al abuelo en casi todas los partidos que celebran en la casa paterna.
Edermo Merino, su abuelo, asombrado, cuenta sobre el progreso del niño en el juego de mesa…”Y es tan dichoso, que gana muchas veces. Primero pensábamos que colocaba fichas por los colores, pero le compramos un juego de un solo tono y sabe cuándo va una  y otra”
Kevin muestra responsabilidad en el momento de jugar, es disciplinado y aunque no le gusta perder, no hace trampas tampoco. Debe ser porque es, a su juicio, el esparcimiento que más le place, aunque todavía tenga que subirse en dos sillas para poder  poner bien las fichas en el tablero e igualarse al resto de los adultos.
Dice que le gusta compartir con su familia. Me doy cuenta cuando choca las manos con Edelmo Merino, después que pusieron una ficha con la cual ganaban esa data. Quién sabe si, no tan lejano, participa de algún campeonato de Dominó para infantes y deje atrás el parecer de mucha gente cuando dice que es el niño más pequeño que juega dominó en Las Tunas.



martes, 17 de noviembre de 2015

Tesoros guardados



Un vistazo añejo a mis imágenes de estudiante me hace acordar muchas cosas buenas. Cuando una es alumna cuenta con profesores y profesoras que recuerda más que a otros.
Es extraño ver un maestro de primer grado; sin embargo, yo lo tuve. Fue excepcional, no solo porque me enseñó a leer y a escribir, sino porque cada mañana, se hacía el que no veía cuando me insertaba en el aula escurridiza y tardíamente.
Luego, al cabo de mucho rato, él me tomaba de la mano y me sentaba al frente del aula a “dar clases con él” y de paso, agachaba disimuladamente la cabeza y me preguntaba -en perfecta complicidad- por qué había llegado después que todo el mundo. Yo le decía bajito que a mi mamá le había cogido tarde para ir a buscar la leche.
Al cabo de los años, me di cuenta que de las veces que le dije lo mismo, no me llegó a creer ninguna, pero lo disimulaba tanto que yo pensaba que juzgaba bien mis argumentos. Aspecto que seguramente, no le importaba mucho, si lo comparaba con la gratitud de escucharme, cuando le recitaba de carretillas, un montón de capitales de países, enseñadas por mi papá.
Ese mismo maestro nos dejaba salir en el receso al aula de pre escolar para ver el ensayo de la banda a la que ya no pertenecíamos y conocía al detalle cómo se llamaban los padres y las madres de todos los alumnos, a quién le gustaba o no los mantecados de la merienda,  o quién había ido al cine o al nuevo Coppelia durante el fin de semana.
Pedro, así se llamaba mi maestro de primer grado. Uno de mis tesoros. No creo que  hubiera sido la única alumna que lo quería. Muchos lo recibían y despedían de las clases con un abrazo en las rodillas, porque era alto y delgado. Un poco después, cuando sus alumnos cursábamos el sexto grado, la noticia de su desaparición física, por un accidente, nos dejaba sin resuellos.
Sin embargo, quienes tuvimos el privilegio de ser sus alumnos, nos  recordamos más de cómo nos educó, que de las reglas que tuvo en su didáctica. Aunque a decir verdad, las palabras mamá y papá tienen algo todavía de Pedro Moya.

lunes, 16 de noviembre de 2015

"Hermoso pepino"



Un pepino de tres libras y medias (3 ½), con un largo de  38 centímetros  y una circunferencia  de 25, fue cosechado en las tierras de Miguel Hidalgo, pequeño agricultor de la comunidad de Bracito, en el municipio tunero de Jobabo.
No clasifica entre los inmensos del mundo, pero sí es uno de los más grandes que se han recogido por estos lares. Su tamaño alcanza para sazonar la mesa de una familia de ocho a diez personas. Suficiente para una comida, ¿verdad?

domingo, 1 de noviembre de 2015

Más allá de un oficio



Cola y martillo en mano,  y en unos segundos ya queda listo el marco de ventana estilo valenciana. Yaquelín López Hierrezuelo, desde hace quince años ha encontrado, lo que a su modo de ver, ocupa la mayor parte de su vida.
Se auto titula como la única carpintera ebanista de Cuba. Lo cierto es que las facturas de sus piezas hablan por sí solas. Con una infraestructura creada, el trabajo que lleva a cabo por cuenta propia se perfila cada vez más:
“Para mí no hay nada difícil. No tengo preferencia por nada, porque me gusta hacer cualquier cosa: ventanas, puertas, sillones, escaparates, lo que me pidan” –Así de esa manera tan segura se expresa López Hierrezuelo, quien matiza  el chorro de aserrín que sale de la sierra hacia su rostro con una ligera sonrisa.
“Tengo el taller con todo lo necesario, dos jóvenes que ayudan y deseos tremendos de  trabajar. En ocasiones me siento mejor de la puerta para acá, que para allá, porque me gusta lo que hago...Pienso estar aquí siempre” –deja claro la intrépida carpintera.
Y continúa diciendo: “Soy exigente en el trabajo. Me gusta que todo salga bien, lo mejor posible. Hay clientes que me traen una propuesta y en ocasiones, yo los convenzo con argumentos que  han dado la experiencia, entonces ellos me dicen: bueno hazlo como tú creas.
“Luego vienen a buscar la pieza y estoy intranquila, porque no sé qué irán a decir, pero cuando  veo la sonrisa en su rostro, ¡qué satisfacción! –concluye la desenfadada tallista.
Tuneras como estas son las que no me canso de decir que son ¡De anjá!







jueves, 24 de septiembre de 2015

Estudiantes trabajadores



Ernesto Rodríguez Peña y Rafael Cruz Valentín, ya tienen vencido el tercer nivel de la Escuela especial “Camilo Cienfuegos” de Las Tunas. Sin  embargo, desde hace poco más de un año, parece que son miembros de la plantilla que conforman los  trabajadores del Taller de Manualidades, enclavado en el municipio capital de la provincia.
Y es que en verdad, ambos se sienten trabajadores, pues sus prácticas laborales les han servido para intercambiar con compañeros de experiencia y conocer el valor de la responsabilidad. “Yo no falto ni llego tarde, al no ser que tenga algún turno con el médico” –explica Ernesto.
Tanto uno como otro, han confeccionado durante un año rejillas para muebles, redes, cajitas para cumpleaños y sobres, destinados a los sectores industriales y farmacéuticos. Según Saleina Castro, Jefa de taller, los jóvenes han aprendido lo mismo que el resto de los asalariados del centro, con quienes mantienen las mejores relaciones de hermandad.
En la Unidad labora cerca de una veintena de hombres y mujeres con algún tipo de discapacidad, pero diestros en la confección de manualidades. Miles de sobres hechos a mano empacan los  “artesanos” destinados a diferentes puntos de la ciudad de Las Tunas.
Rodríguez Peña pretende obtener una plaza en el centro, después que concluya su tiempo de práctica, aunque a decir verdad, dice: “Me gusta ser chofer y mecánico. Yo le ayudo a mi tío con el camión... Él me dice: -Niño, tráeme esta llave, y yo se la llevo, esto, lo otro…”
Jóvenes que niegan todo tiempo de ocio, y han decidido optar por la artesanía y la superación, para defender su inserción a la sociedad, a partir del trabajo útil y de la constancia.


Saleina Castro asesora a Rafael Cruz (al fondo) y Ernesto Rodríguez
Ernesto Rodríguez