Carmen Ávila
Silva separa los deberes del hogar, sus dos hijos y el esposo, para asumir cada
mañana una jornada de riesgos, en el Taller de revisión de ferrocarril de Las
Tunas:
Los asuntos de mi casa
son de allá y mi trabajo es aquí, de mi concentración depende que no haya
accidentes y que la calidad de los aditamentos que se muevan se traslade en
buen estado. Aquí he hecho muchas labores, desde pintar una casilla de tren,
hasta destornillar o martillar piezas pesadas. No le tengo miedo a nada.
¡oye se le fue el freno a esto!, entonces el electricista subió rápido y controló la situación.
Carmen es
una de esas cubanas que enfrentan diariamente el desafío. De auxiliar de
higiene del lugar, se ha convertido en la reina de las alturas, precisamente
porque no le teme a nada, -según sus propias palabras-. Desde hace doce años,
sube y baja de una grúa, a unos seis o siete metros del nivel del piso, con la
mayor serenidad del mundo:
Me siento orgullosa,
orgullosa de ser la única mujer que ha dado el paso al frente en esta
actividad, porque el puesto siempre había sido para hombres. Me llevo bien con
todos, nos respetamos. Este trabajo no ha limitado en nada mi feminidad, me
arreglo el pelo, las uñas, me maquillo…
Atrevimiento
y sonrisa son una aleación perfecta que se parece al optimismo, atributo
principal de Carmen, la gruera del Taller de Ferrocarril de Las Tunas;
destacada en su labor, de cuya actividad nunca piensa renunciar.