Una publicación para describir e informar

miércoles, 19 de septiembre de 2012

La ciudad de Colón me vio nacer. Por eso guardo de ese pueblo muhos recuerdos de mi niñez y adolescencia. Acerca de ello pretendo plasmar aquí algunos apuntes.


A Colón se mira desde adentro.

Puede que el que se llegue por el municipio matancero de Colón pase por él sin penas ni gloria. Pero el quid está en mirarlo desde adentro. Es cierto que es otro más. Uno de esos tantos pueblos del interior en el que la gente se despierta una hora antes de ir al trabajo y se acuesta después que ve la novela. En el que cada familia se conoce y sabe dónde trabaja y los que llevan la moda "alante" se sientan en los bancos improvisados de las esquinas "La Tijera"
Sin embargo, no bastan esas justificaciones para tratar de convencer al que llega por primera vez,  de lo natural que puede ser visitar un pueblo aparentemente repetido. A Colón hay que buscarlo en el ir y venir de la gente, en las andanzas de las personas hacia los centros de labor,y en las encomiendas de los mercados para comprar la ensalada y frutas del día.
Colón se puede encontrar en los viejos que hacen los asientos todos los días en el Parque de la Iglesia...En las calles rectas y sencillas de su perfecta llanura interminable, en los pocos techos de tejas criollas y francesas que persisten, pero que marcan diferencia con la mayoría, hechos de placas convencionales.
Todo está en la manera que busque el detalle irrepetido, en el deseo de muchos por permanecer en un sitio donde todo es igual a todo y nada es igual a nada, mas, se saben coherederos de costumbres, tradiciones y memorias que solo  las pueden percibir en pueblos como esos. De ahí su grandeza.
 Un municipio que básicamente  es azucarero  y entre los catorce con que cuenta la provincia de Matanzas, uno de los de mayor importancia económica y sociocultural. Sin embargo, para quienes son naturales de allí y no viven el terruño, esas características resultan insuficientes. La añoranza por su olor; su escéntrico polvo  rojizo  pegado en los andenes; el saludar de la gente, la indiferencia de las fachadas de las casas, puede inquietar en cualquier momento a vivirlo nuevamente.
Por eso, el que tiene la pena de haber perdido a algún ser querido en ese lugar y la gloria de haber nacido allí, tiene argumentos suficientes para poder mirarlo de adentro hacia fuera y que no llegue nunca a ser, un pueblo más.

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